El domingo pasado 1 de noviembre partió con Jesús mi querido maestro el Dr. Gerald Nyenhuis, pastor, teólogo y académico que trabajó gran parte de su vida con la iglesia en México.
Por medio de este blog extiendo un profundo reconocimiento al maestro Nyenhuis quien me formó el pensamiento teológico en una línea reformada, y agradezco a Dios por su influencia en mi vida.
Recuerdo en alguna de sus clases que él nos decía: “Ustedes son como el niño que se para en los hombros de su padre para ver pasar el desfile. Cuando el niño ve el desfile sobre los hombros de su papá, lo puede apreciar aún mejor que su padre.”
Esto es lo que precisamente el profesor Nyenhuis ha hecho por todos sus discípulos. Él siempre fue como un padre, sobre el cual nos paramos para hoy poder apreciar mejor el desfile. Gracias a sus enseñanzas que marcaron mi ministerio hoy puedo ver más y más la claridad del evangelio. ¡Gracias profesor Nyenhuis por permitir pararnos sobre tus hombros!
Enseguida anoto un extracto de uno de sus estudios de la serie de teología básica “Lo que Creemos los Cristianos.” Material que recomiendo ampliamente para tu iglesia si deseas que crezca en las doctrinas que sustentan la fe cristiana.
Lo puedes encontrar en http://www.geraldnyenhuis.org/
Rolando Hinojosa H.
EL «ORDO SALUTIS»
INTRODUCCIÓN
Después de estudiar algunas de las palabras descriptivas de nuestra salvación, vamos ahora a echar un vistazo sobre el proceso entero. El énfasis está sobre la palabra «entero». Un proceso que no fuera completo, entero, dejaría de ser, en el sentido estricto de la palabra, un proceso. Si el proceso de la salvación fuera incompleto nuestro desastre sería completo, absoluto y permanente. Lo importante en el proceso es que es obra de Dios desde el inicio hasta el fin, y cada acto del proceso está concatenado con los otros actos para formar una cadena inquebrantable, en la que no existen eslabones débiles. El proceso de la salvación está completo y entero, y va desde su concepción hasta su realización sin fallar nunca.
El proceso se nos presenta en Romanos 8:29-31, en un texto digno de aprenderse de memoria. Los teólogos, como todos los estudiosos de cualquier disciplina, han inventado su propio vocabulario, como términos técnicos, para comunicar mejor las verdades que han aprendido. Su vocabulario también es útil para su propia comprensión, debido a que, si comprendemos algo, lo comprendemos en palabras. El uso de términos técnicos, entonces, es importante para nuestra comprensión y para la comunicación de las verdades que aprendemos de la Biblia. La verdad que ocupa nuestra atención hoy, la de lo cabal del proceso de la salvación, tiene su propia expresión. Muchas de las expresiones técnicas en la teología están en latín y esta no es la expresión. El término técnico es ordo salutis, que traducido es «orden de salud» (o salvación), pero como todo término técnico, la frase quiere decir más que el mero contenido de las palabras. La frase se refiere al proceso completo, cabal, entero y total de la salvación, dando énfasis sobre lo cabal.
Estudiaremos el ordo salutis en sus tres partes: su punto de arranque, su proceso concatenado, y su desenlace feliz. Si leemos atentamente el texto (Romanos 8:29-31), podemos notar que el texto mismo sugiere este procedimiento. El primer punto corresponde al v. 29; el segundo al v. 30; y el tercero, el punto terminante, a los vs. 30 y 31.
I. EL ORDO SALUTIS: SU PUNTO DE ARRANQUE
El ordo salutis arranca de la determinación de Dios de hacer un pueblo conforme a la imagen de su Hijo, a fin de que el Hijo fuera el primogénito de una larga familia. Podemos notar aquí que el «ser hechos conforme a la imagen de su Hijo» corresponde al último eslabón de la cadena «glorificó». Esas dos palabras que se relacionan con la determinación de Dios son, «conoció» y «predestinó». Tenemos que pensar en ellas.
El conocimiento de Dios no es del tipo humano, en que se tiene que ir descubriendo una realidad externa y ajena, sino que tiene que ver con su propio pensamiento y sus propios planes, y no conoció al ser humano porque un día se topó con él, cuando lo descubrió ocupando su universo. La herejía de los pelagianos (en el tiempo de Agustín), renovada por los arminianos (Siglo XVII) concibe el conocimiento de Dios de esa manera. Dicen que la predestinación está condicionada por el conocimiento de Dios; en que Dios sabía desde antes quiénes iban a creer, y en base a su fe prevista decide predestinarlos. Pero este enfoque presenta el conocimiento de Dios como si Dios mismo cayera en la cuenta de que algo iba a ser, como si algo pudiera pasar fuera de su consejo eterno y que luego se diera cuenta de ello. Además, el conocimiento de Dios no puede estar equivocado; si Dios sabe algo, eso es. Lo que sabe Dios, por el mismo hecho de su conocimiento, es seguro; es, por así decirlo, ya determinado y no ajeno a la predestinación.
El mismo autor (Pablo) trata del mismo tema en su carta a los Efesios. En las dos cartas (a los Romanos y a los Efesios) emplea el lenguaje semejante, y en las dos se habla de la predestinación con fines precisos. La predestinación no es un acto abstracto, sino que está en función de realizar un propósito: hacer santos de la humanidad, hijos de Dios, conforme a la imagen de Cristo. La predestinación es, entonces, la determinación de Dios de realizar su propósito. Este propósito involucra la salvación de los hombres, pues la salvación misma cumple con los propósitos de Dios. El ordo salutis, entonces, tiene su origen en la voluntad y autodeterminación de Dios. La iniciativa es de Dios. La planeación es de Dios. La realización es de Dios. Toda la salvación tiene su principio o raíz en la sabiduría y autodeterminación de Dios.
II. EL ORDO SALUTIS: SU PROCESO CONCATENADO
Hay una serie de actos, todos ellos actividades de Dios, que compone la cadena. Cada uno de estos actos desemboca en el siguiente. Ninguno de ellos se debe considerar sin notar su relación con los demás. Todos los actos, en su mutua relación, son interdependientes y se convierten en una actividad salvífica de Dios. El ordo salutis describe, paso por paso, lo que hace Dios para nuestra salvación, desde su inicio hasta su feliz terminación.
Empieza, como ya notamos con la predestinación, en la máxima expresión del amor de Dios, su misericordia y su gracia. Implica que la salvación es idea de Dios; El la ideó y la realiza. Efectuando la salvación Dios pone en práctica la predestinación. La predestinación no es algo abstracto, sino la determinación de proceder activamente hacia la realización de la salvación de los seres humanos. Dios mismo desglosa su intención en actividades, la primera de las cuales es «el llamamiento». «A los que predestinó, a estos también los llamó».
Empleando otras partes de las Escrituras para llenar con amplio sentido esta afirmación, los teólogos (sobre todo los presbiterianos y reformados, como dan testimonio la Confesión de Fe de Westminster y los Catecismos) han hablado del «llamamiento externo» y del interno o «llamamiento eficaz». El «externo» tiene que ver con la comunicación del evangelio, la predicación de la Palabra; el «interno» o «eficaz» con la obra del Espíritu Santo aplicando la Palabra predicada al corazón del ser humano, dándole oídos para oír.
Esos que son llamados eficazmente son justificados. Dios los justifica; la justificación es obra de Dios. El hombre no se justifica nunca, pero puede ser justificado. Dios lo declara justo. Aquí no especificamos el cómo ni el por qué, ni en base a qué (esto lo vamos a estudiar más tarde), pero la justificación sí es uno de los actos de Dios en la cadena.
Esos justificados son glorificados, y Dios lo hace también. La glorificación se refiere aquí, desde luego, al ser conformado a la imagen del Hijo, la naturaleza humana restaurada a su prístina magnificencia y más. Seremos como Él es, dice Juan. Es la realización plena de todo lo que el hombre fue creado para ser.
III. EL ORDO SALUTIS: SU DESENLACE FELIZ
La serie de actos desemboca en la glorificación del hombre. Su total renovación le da una seguridad, una certeza, absoluta porque tenemos perfecta razón de estar convencidos de que «Dios es por nosotros». Esta convicción es lo que da la seguridad de la salvación, y solamente esto. Hay personas -son muchas- que buscan su seguridad en una experiencia medio mística, o en hablar en lenguas, o en un supuesto «bautismo» del Espíritu, pero la verdad es que estas experiencias tampoco nos dan la segundad. Solamente un entendimiento (no meramente intelectual, sino de corazón) del ordo salutis, nos puede dar esta certeza.
Pablo expresa su seguridad con una pregunta retórica: «Si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros?». De veras, ¿quién? «Somos más que vencedores», afirma. Precisamente porque la cadena es segura, es un ordo salutis, Pablo puede decir que nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo (vs. 38-39). Y lo que dice aquí es una reafirmación de lo que dijo antes (v. 35). De hecho, todo lo que sigue al versículo 31 es una celebración de la seguridad que tenemos por razón del ordo salutis.